Izquierda y
derecha
Lo había
aprendido desde muy pequeño. Los círculos de color en el taco de los zapatos sirvieron para distinguir el pie izquierdo del derecho. Rojo izquierdo,
verde derecho. Placenteramente alojado
en la seguridad que le deparaba aquella experiencia
infantil, la custodió celosamente, durante años. Continuando con el código, él mismo fue pintando los
círculos, en sus zapatos grandes, para orientarse. Pero llegó
el día que siempre llega. Convencido de haber consolidado el aprendizaje, echó
a andar sin más brújula que su propio saber.
No le fue
sencillo. Entró a la ducha y lo sobresaltó el chorro de agua helada.
Peinarse frente al espejo le resultó una tarea laberíntica. Se subió al auto y
cuando tuvo que poner la luz de giro, lo inundó una catarata de insultos y
bocinazos. Llegó a su trabajo y permaneció, durante un largo rato, pálido e
inmóvil antes de estrechar la mano de su cliente. En el almuerzo, los
cubiertos bailaban, de aquí para allá, mientras la comida se enfriaba.
La
desesperación más desesperada la experimentó esa mañana cuando tuvo que ir a
votar.
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