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Estoy en lo de Joaquín,
mi amigo de la escuela. Mi mamá me dejó venir a dormir a su casa. Su familia es
normal, igual que la mía, igual que todas. Mamá dice que yo soy muy chico
todavía, que cuando sea grande voy a entender mejor. Mi mamá termina todas las
conversaciones con su frase preferida: “Todos tenemos un muerto en el placard”.
¡Yo pienso que mi mamá es muy exagerada!
Miro la hora, falta
poco. Suena el timbre. Todos salen, yo también. Llega el camión de recolección,
clasificación y reciclaje, nos saluda el Señor Tragloditus, él lleva años
trabajando en la empresa. Lee la planilla: “Familia Pérez García, cuatro
equipos, tres locales y un visitante”. Se los entregamos. Los engancha, uno a
uno, a un puerto USB y los limpia. Nos devuelve nuestros teléfonos móviles y
entramos.
Mi amigo me hace una
seña que no comprendo y, aprovechando un descuido de su mamá, me lleva al
sótano de su casa. ¡Su abuelo vive ahí abajo clandestinamente! El nono arranca
del cuaderno una hoja con todos los mensajes escritos con lapicera. Joaquín se
la guarda en el bolsillo del pantalón. Los dos se ríen a carcajadas.
Yo pienso en mi mamá.
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