Gesto de humanidad
Estuvo varios días meditándolo. Habían compartido años de fidelidad; se acompañaron cada vez que lo necesitaron y congelaron su amor en múltiples fotografías. La casa lucía cada uno de aquellos momentos, enmarcados en cuero. No dejaba de mirarla y acariciarla, convencida de que ese gesto aliviaría su dolor. Pasaron tres noches y el final comenzó a tener fecha. 

Al  despertar de la cuarta luna, concluyó que eso ya no era vida; por lo menos, no era una vida digna. Lo llamó y arregló una cita. La llevó en brazos, le dieron una inyección para que se quedara calmamente dormida. Antes, la llenó de besos y caricias.

Como cada vez que había tenido el mismo gesto, la sepultura encontró lugar en el jardín de su casa abonado con amores viejos; los ladridos se hicieron flores.

Después, se subió al auto y fue al geriátrico. Entró y le convidó unos mates.  Ella, en silla de ruedas, sin memoria y acompañada por otras mujeres sin habla y con llantos, pasa los días esperando cada visita.
       
                                                                                                 

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