La loca de los brindis


Los acontecimientos siempre se anuncian, afirmaba sin titubear; sólo hay que saber escuchar, y ella se creía experta en identificar señales.

Lo que diferenciaba a Sophía de otras personas que conocí es que ella no era una vulgar agorera, no predecía ni anunciaba desgracias. Parecía tener una fina percepción de cada detalle, también de esos que son para celebrar, aunque para muchos permanecieran imperceptibles. Escuchaba todas las señales, las propias y las ajenas y actuaba en consecuencia.

Decía que las miradas de su madre fueron las primeras señales. Desde entonces, se había especializado en escuchar y analizarlas; una mirada particular, un tono de voz, pequeñas frases con sus particulares sustantivos, adjetivados o no, la fueron llevando a construir lo que hoy es su vida.  Sophía había construido una hermosa vida. Tal vez, éste fuese su don.

A las miradas maternas, siguieron las palabras y silencios de su padre. Sus piernas adultas con marcas viejas de patadas infantiles fueron señal de la relación turbulenta de algunos amores fraternos y las interminables charlas nocturnas con sus hermanas fueron la alegre complicidad compañera que más tarde llevó a nuestra relación de amistad.

También escuchó señales de más afuera; múltiples, multicolores y sonoras. El día que lo conoció, se miraron y sin más, ella supo que vivirían juntos por mucho tiempo.

Cuando fue madre, reconoció en sus propias miradas aquellas de su madre. Para sus hijos nunca fue sencillo ocultarle sus preocupaciones; su escucha estuvo atenta cuando lo necesitaban y distraída o ausente cuando en la vida de ellos aparecieron otros para escucharlos. Al menos, eso creía.

Siempre le gustó brindar, celebrar cada vez que un minúsculo evento se presentaba. A veces, sólo ella sabía  qué celebraba. Para su familia, era la loca de los brindis.

Señales de algarabía de nacimientos, de amores correspondidos, de dolores de la pérdida y de recuperaciones; a todas escuchaba.

Hoy escucha sólo una, sus palpitaciones. Esta vez la señal viene de la intimidad más profunda. y, aunque se sabe acompañada, se siente profundamente sola. Sola con la señal de su cuerpo. Como siempre lo hizo, la escucha y actúa en consecuencia.

Quiere dejar de escucharla y brindar.




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